Texto de presentación para la muestra colectiva Venus y tres miradas… presentada en la Casa Frissac, Tlalpan, Ciudad de México en el 2009.
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Si Venus fuera un chico o sobre la negada vulnerabilidad de lo masculino
“In a way, you can be much more intimate with people you don’t know. But the fan thing conjures up that something’s missing, that there’s an inadequacy.” Elizabeth Peyton
La obra que Jimena Padilla ha reunido para esta exhibición responde a una cuidadosa estrategia de provocación que cuestiona su propia formación como artista plástica (y por extensión a la de toda su generación) a través de los préstamos que obtiene del universo del cómic japonés, de la cultura visual generada y sostenida por agrupaciones de rock estadounidenses y europeas establecidas a partir del movimiento punk, así como de la estricta codificación para la manifestación erótica del deseo sobre la cual se articulan los diversos géneros del manga (en particular la del género yaoi).
A partir de estas fuentes, la artista obtiene híbridos soportados en una operación gráfica adaptable en escala y tipo de impresión, cuya economía de recursos visuales les permite una contundencia visual propia del cómic, la ilustración infantil y ciertas modalidades de la gráfica callejera contemporánea. Aprovechando estas características que apelan a lo sensorial, Padilla nos ofrece a un repertorio de creaturas que trastocan las certidumbres de la representación masculina como afirmación de la virilidad y cuestionan las estereotipadas atribuciones que se le asignan a las representaciones del cuerpo humano hechas por mujeres, sobre todo las de cuerpos de varones.
La serie Suite Steven es un buen ejemplo de ello, la imagen pública del cantante Steven Patrick Morrissey es sometida a una fantasía de dominación y redención a través del dolor infligido por el amante hacia el amado, siguiendo los códigos del yaoi, claro está. Quienes conocen bien la lírica del cantautor podrían considerar esta representación visual como una extensión lógica de su propio imaginario afectivo, pero la artista va más allá de la mera admiración proferida por el/la fan. En lugar de ilustrar alguno de los muchos “escenarios emocionales” dispuestos en sus canciones, Padilla objetiva su propio deseo en un cuerpo y una individualidad específica, aunque esto último resulte un híbrido, una combinación entre representación mediática y singularidad artística.
Siguiendo esta misma estrategia, la virilidad es apropiada de nueva cuenta en el ciclo Los hermosos chicos muertos. Ahora toca el turno a personalidades clave en el culto paralelo a la melomanía que sostiene a la industria del rock en el mundo globalizado. La hostilidad y el hedonismo característicos de Sid Vicious son transformados hasta obtener una imagen bucólica de este antihéroe del rock: un chico melancólico y herido, abstraído en su propia rabia. O que decir de Kurt Cobain, abatido en su propio dolor, acaso planeando como utilizar sus nuevos poderes adquiridos en un mundo paralelo, ajeno a su propia labor musical…
Sid Vicious, de la serie The beautiful dead boys, 2008 – 2009.
Kurt Cobain, de la serie The beautiful dead boys, 2008 – 2009.
Más allá de una mera reiteración de las narrativas creadas por la enfebrecida mente de un admirador sin restricciones, Jimena Padilla nos ofrece los resultados de un proceso deconstructivo de los valores asignados y refrendados por los seguidores de estos músicos y sus respectivas trayectorias, en su mayoría varones jóvenes, o mejor dicho, sostenida por una subjetividad homogeneizada que insiste en focalizar la relevancia de lo masculino en la vida social de la música rock.
Dicho procedimiento se verifica en la transformación radical de la apariencia corporal de estos “ídolos”, una reconfiguración con implicaciones necrofílicas que también podría responder a una búsqueda metafísica, donde la sublimación de lo corporal a través de la angustia, el dolor y el placer físico ofrece la posibilidad de trascender un hostil u ajeno ámbito social a través de la introspección y el hermetismo emocional.
Al final, la artista le devuelve a sus espectadores no tanto la concreción de un anhelo común entre varios individuos como la confrontación con toda su sensibilidad y sensorialidad rutinariamente reprimida.
Es muy probable que mientras usted lee esto, algún espectador acuse a la artista de banalizar la trascendencia de estos “genios” de la música popular contemporánea, otro intente ridiculizar el trabajo subrayando que “sólo a una niña se le podría ocurrir esto”, mientras uno más sólo haga una mueca de desaprobación ante las imágenes. En eso precisamente reside la cualidad de este conjunto de obras: en la incomodidad de saber que la virilidad es plástica, maleable, artificial… Mientras tanto, un arrepentido Sid regresará a la mazmorra para desatar a su ángel y arrebatarle a Steven unos cuantos besos de su dulce boca.
Irving Domínguez, octubre del 2009, Centro Histórico de la Ciudad de México, en el año de “bajar el switch”.
Todas las imágenes realizadas por Jimena Padilla, pertenecen a la serie Suite Steven (2006 -2007) y The beautiful dead boys (2008 – 2009), gráfica digital impresa en plotter y en tela por método de sublimación de tintas.
Portafolio de Jimena Padilla: http://muyez.daportfolio.com/